21 de noviembre 2024 - 14:39hs

Falta un libro en la lista que el Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires presentó para su proyecto "Identidades bonaerenses". Es de Gonzalo Santos, lo publicó en 2020 y tiene un título feo y poco representativo: Enseñar en tiempo de hashtags. El libro no habla sobre la tensión posible entre redes sociales y educación sino de algo mucho más realista y directo: la pesadilla que es dar clases en un instituto secundario de la provincia de Buenos Aires; específicamente del conurbano; para más datos, Avellaneda. Con gracia, mordacidad y mal humor, Gonzalo Santos cuenta la penosa experiencia de tratar de impartir conocimiento en un ámbito que ya renunció a eso, donde no existe más la idea de autoridad y la relación docente-alumno está todo el tiempo al borde de la violencia física.

El libro, que debería ser de lectura obligatoria para toda persona que quiera hablar de educación, podría ser perfectamente complementado con la nota que le hicimos durante la pandemia a Mariano García, profesor de Geografía, menos áspero que Santos, pero no por eso menos realista. En la conversación salían fragmentos como este:

He tenido alumnos que se me quedaban dormidos en el aula y después pensaba “claro, este pibe vive en la villa en un lugar con cuatro chapas, se muere de frío todo el invierno y viene a la escuela y está calentito y se queda dormido, es normal”. La clase siguiente vas y le llevás una campera para que tenga porque el pibe te venía en bucito. Todo eso lo perdieron los chicos. Bueno, estuvieron viniendo a la escuela a buscar comida, esa es otra también, llegás a la escuela y hay una cuadra y media de gente alrededor esperando que le den la bolsa con comida, es un espectáculo devastador. He tenido alumnos que se me quedaban dormidos en el aula y después pensaba “claro, este pibe vive en la villa en un lugar con cuatro chapas, se muere de frío todo el invierno y viene a la escuela y está calentito y se queda dormido, es normal”. La clase siguiente vas y le llevás una campera para que tenga porque el pibe te venía en bucito. Todo eso lo perdieron los chicos. Bueno, estuvieron viniendo a la escuela a buscar comida, esa es otra también, llegás a la escuela y hay una cuadra y media de gente alrededor esperando que le den la bolsa con comida, es un espectáculo devastador.

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Enseñar en tiempo de hashtags no aparece en la lista porque su sola presencia destruiría toda la impostación alrededor del proyecto. Una lista de libros de distintos grados de sofisticación, buscando "develar ciertos rasgos ocultos de la identidad bonaerense", como dice el folleto explicativo del ministerio, suena más a parodia de proyecto del Conicet que a las posibilidades reales de la educación media en la provincia. Uno podría decir que lo que cuentan estos profesores sucede en el conurbano, con su carga de hacinamiento y miseria, y otra cosa es el interior de la provincia, pero eso es justamente lo primero que uno cuestionaría a la idea de "identidad bonaerense", una idea peregrina y estéril desbaratada por la enorme dispersión geográfica y humana de la provincia .

Santos habla de la educación media en la provincia, al menos en su experiencia, como un simulacro. Los exámenes, la exigencia, la formalidad, el paso al año superior: todo es una simulación de normalidad, para cumplir con las planillas, presentar números, seguir fingiendo. Nada de lo que aparece en las planillas tiene un correlato en el mundo real del aula. Después, las pruebas PISA hablarán de un deterioro pero eso es otra instancia, posterior. Siga, siga. La realidad del colegio, día a día, es mucho más penosa y presenta el peligro de llevarse puesto el equilibro psíquico de los docentes.

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El simulacro se desató a pleno en estos días. El gobierno de la provincia de Buenos Aires desplegó en un listado de libros su obsesión identitaria y su temario kirchnerista: libros sobre desaparecidos, libros sobre transexuales, libros sobre mujeres golpeadas, libros sobre la dictadura, libros sobre cultura gay, todo mezclado con algunos clásicos, como Roberto Arlt, Bioy Casares y hasta el propio Jorge Asís, pasando por Aurora Venturini, con la incorporación de literatura contemporánea, en su gran mayoría compañeros de ruta ideológica del gobernador. Todo eso metido en una batidora intelectual da como resultado la "identidad bonaerense", una entelequia que nadie pensó que necesitábamos. Estoy obviamente a favor de que en las escuelas haya libros, que son beneficiosos por mera presencia física, que por lo menos los chicos sepan que existen. Las justificaciones y el contenido de la lista me parece que pertenecen al mundo imaginario que se construyen las personas ideologizadas, pero no creo que su presencia, sea cual sea el contenido de los libros, sea un riesgo. En parte, por una mala noticia: el porcentaje de chicos que los vaya a leer es muy bajo. Como dije en otro lugar, los adolescentes bonaerenses están “protegidos” por un anillo de carencias, necesidades y distracciones que los apartan del “riesgo” de la lectura. Sería un mundo mejor si sus lecturas llegaran tan lejos.

Como toda lista, tiene de todo, incluso excelentes libros, e incluso excelentes libros que cumplen con la agenda temática del kirchnerismo. Eso pienso de Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, una mirada feminista y lesbiana sobre el Martín Fierro, de una riqueza literaria notable, y que incluye, para sorpresa de nadie, una magnífica escena de sexo entre dos mujeres. Y ahí, en esas páginas felices que despiertan la pulsión adolescente, la derecha alucinada —incluyendo nada menos que a la vicepresidente, Victoria Villarruel— pensó que encontraba el flanco débil, el caballito de batalla para jaquear al gobernador: al grito de pornografía y paidofilia, levantó el dedo y denunció que los niños bonaerenses estaban sometidos a la palabra pija y a la palabra concha y que de ahí a la paidofilia no había más que un paso.

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El equívoco tenía varias instancias. En primer lugar, los libros cuestionados no necesariamente eran entregados a los alumnos ni formaban parte de las clases: simplemente estaban en el listado y eventualmente se incorporaban a las bibliotecas. Ninguno de ellos era, bajo ningún sentido de la palabra, pornográfico, aunque incluían, como una enorme porcentaje de la literatura contemporánea, escenas sexuales descriptas con cierto detalle. Nada que llevara a la paidofilia aunque seguramente un contenido que podría ser discutido, en un mundo ideal, con los padres, quienes tienen el derecho de reservar los castos oídos de sus hijos hasta la mayoría de edad.

En todo caso, el periodismo amarillista oficialista encontró una nueva veta de indignación, que llevó a la performance de Eduardo Feinmann de recitarle con voz solemne al ministro un párrafo de Cometierra, de Dolores Reyes, y a distintos y simpatizantes del partido gobernante a tuitear horrorizados por lo que consideraban poner pornografía en manos de niñitos. La sobreactuación de derecha no pasó de allí pero el simulacro tenía reservado otro movimiento y fue el de la comunidad intelectual y progresista argentina de considerar que el libro de Dolores Reyes, particularmente, había sido censurado y que había que salir a defenderlo.

Desde ya que los berrinches moralistas no son censura: no hubo desde el poder algún intento de que no hubiera tal o cual libro a disposición de las escuelas. No había forma, simplemente, por un problema de jurisdicciones. Sin embargo, las palabras claves ponen en funcionamiento comportamientos y pronto, todos salieron a defender Cometierra, libro que pasó a tener una segunda vida.

La primera había sido desde su publicación en 2019. Recomendada por el establishment literario de la Argentina, la novela fue un éxito del circuito indie, con un prestigio enorme y elogios de todo tipo. Los ítems cubiertos por el texto garantizaban cierta predisposición: ambientada en un barrio marginal, su protagonista es una adolescente con poderes paranormales: comer tierra la conecta con los sucesos acaecidos en el lugar, y así puede recrear en su mente eventos del pasado, eventos que de manera casi automática, remiten a abusos violentos contra mujeres y chicos. Realismo sucio más realismo mágico, una fórmula vieja pero que no deja de tener eficacia. Uno podría recordar en esta mímesis que se busca entre la novela y la autora, la frase de Borges repudiando el realismo temático en el cine: “Entrar a un cinematógrafo de la calle Lavalle y encontrarme (no sin sorpresa) en el Golfo de Bengala o en Wabash Avenue me parece muy preferible a entrar en ese mismo cinematógrafo y encontrarme (no sin sorpresa) en la calle Lavalle”.

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La novela narra con cierto desorden esa otra vida que los escritores burgueses romantizan y rinden pleitesía pero desconocen, la que pensamos en los márgenes pero que para millones de personas es toda la que conocerán. La biografía de Dolores Reyes, la autora, refuerza la ilusión: madre de siete hijos, activista de izquierda, feminista. Tiene tatuadas consignas (el dibujo de una mujer que es apuntada con un revólver por la espalda y dice “basta ya de chic@s muertas”) como si su piel fuera una pared de la calle y hace un punto estricto de ser siempre tatuada por una mujer. Oponerse a la celebración de Cometierra, una novela mediocre, fácil de leer pero con escasos méritos literarios, es visto como una adhesión a la violencia contra las mujeres. Nadie del establishment cultural argentino sacó los pies del plato.

Y no sólo eso. La simulación de que los libros importan en el secundario bonaerense, la simulación de que la lectura de un acto sexual por parte de un chico que ya está en condiciones de votar le va a generar un daño psíquico y la simulación de que el libro había sido censurado tuvo su correspondiente acto de falsa rebeldía y estricto acatamiento al deber ser de la cultura predominante: un acto en donde decenas y decenas de escritores van a hacer una lectura colectiva de Cometierra. Me habría gustado escuchar de algún escritor que defienda la rabiosa y necesaria soledad de su profesión, que se levantara con fiereza y contestara: "No, defiendo el derecho a existir de esa novela pero no me la hagan leer porque está mal escrita". No tengo forma de saber si hubo alguno que se expresara así, pero lo dudo.

El combo de falsedad e hipocresía se completó con el posteo del gobernador Kicillof, simulando leer, acompañado del mate obligatorio, la novela de Dolores Reyes, mientras en la mesita esperaban, pacientes, otros libros de la colección "Identidad bonaerense", convenientemente escritos por mujeres. En la biblioteca del fondo, en el estante superior donde se ve un retrato de Evita, reposa el diario de Bioy Casares en donde se recopilan todas las entradas relacionadas con su amigo Borges. No estaría nada mal un realismo mágico que nos mostrara los comentarios azorados de los dos amigos conservadores sobre el sainete de las novelas "pornográficas".

Este texto fue publicado originalmente en el sitio Maxikiosco

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