Respecto al contenido concreto del diálogo, no se sabe mucho más allá de lo que fue replicado por los medios. Periodistas y analistas resaltaron su importancia, pero ofrecieron escasa información adicional a la brindada oficialmente.
Incluso la duración de la llamada es materia de versiones encontradas: algunos medios la extienden hasta tres horas, otros la reducen a noventa minutos. Lo cierto es que, aun sumando los intérpretes, que alargan y vuelven más densas las conversaciones, se trató de un lapso de tiempo extraordinario para una llamada presidencial.
En general, este tipo de os telefónicos son la culminación de una serie de gestiones diplomáticas previas, llevadas a cabo por enviados y representantes de menor rango.
Es decir, cuando los jefes de Estado finalmente conversan, lo hacen sobre un terreno ya preparado: conocen los objetivos, los límites y, en muchos casos, el resultado deseado.
Aunque, claro, a veces las cosas se descarrilan. Pero no fue así en esta ocasión. Todo lo contrario. Una conversación tan extensa hace suponer que, además de generalidades y compromisos preestablecidos, hubo intercambios y negociaciones significativas entre los mandatarios.
Una voz en el teléfono
En cuanto al contenido formal, se sabe que Putin aceptó un alto el fuego de 30 días, acotado a ciertas infraestructuras, aunque rechazó la propuesta ucraniana de una tregua general.
También propuso un canje de prisioneros.
Un punto significativo —y menos destacado por la prensa— fue la coincidencia en un mensaje firmado por ambos líderes e incluido en el comunicado conjunto: Irán no debe estar nunca en condiciones de destruir a Israel.
Esta frase, es un mensaje claro sobre el plan nuclear iraní.
Trump, además, había intentado un gesto diplomático directo con el líder supremo Alí Jameneí, pero fue rechazado con frialdad. Desconocer públicamente la centralidad de Estados Unidos constituye, para su presidente, la mayor ofensa que se le pueda hacer en este momento, cuando todos sus esfuerzos están orientados a recuperar esa posición de dominio global.
Por eso Zelenski fue humillado en la Casa Blanca y, tras la reprimenda pública, aprendió de esa experiencia. Cualquier disidencia con Trump debe darse en una mesa de negociación cerrada. Y así, el desaire iraní tuvo consecuencias.
Días después se activó un cerco político-militar sobre Irán, con ataques simultáneos —coordinados con Israel— a los hutíes en Yemen, a Hezbolá en el sur del Líbano y a Hamás en Gaza.
Trump lo dejó claro: cualquier respuesta de estos actores será interpretada como un ataque directo de Irán.
De seguir así, los iraníes tienen todos los boletos, dentro del bloque opositor a los norteamericanos, para ser el pato de la boda.
El lado B de la charla presidencial
Me da cierta curiosidad conocer el detalle de esas horas de conversación entre los presidentes. Y el interés en ese largo o telefónico no es solo por detalles geopolíticos que no hayan salido a la luz.
Dejando volar la imaginación se podría suponer que en esa cantidad de tiempo habrán hablado de otras cosas, además de la guerra y las tierras raras.
Seguramente, una vez entablada cierta confianza alguno se habrá animado a hacer chistes, o contar rumores.
¿Se habrá tomado el tiempo Putin para criticar la vestimenta de Zelenski o comentar la paliza que el ucraniano recibió en el Salón Oval? A lo mejor, Trump hizo algún comentario hiriente sobre la senilidad de Joe Biden que hizo reír a Putin.
Tal vez Trump aprovechó algún momento de distensión para chicanear a su par ruso con la epidemia de opositores que caen por las ventanas moscovitas y Putin le recordó que ellos fueron los verdaderos héroes que llevaron a Hitler a la derrota.
Casi con seguridad Putin no mencionó a Melania ni a Stormy Daniels y Trump no se burló del pedido de arresto que pesa sobre el ruso en la Corte Penal Internacional.
Difícil saber de qué hablaron. Lo que es cierto es que la existencia de esta conversación, más allá de sus avances prácticos muy, pero muy limitados, ofrece un primer panorama del mundo que plantea Trump y también puede considerarse como un primer éxito en esa carrera.
Y esto es porque Putin no se negó a la conversación, todo lo contrario.
El ruso celebra esta posibilidad de volver a mostrarse como un líder mundial reconocido, cosa que Trump es el primer elemento valioso que le otorga, incluso antes de hablar de concesiones bélicas.
La relación entre los líderes es un elemento muy importante del proyecto de Trump, que es volver a reconstruir un mundo donde las potencias, es decir, los grandes jugadores, sean los responsables del escenario geopolítico.
Un mundo con zonas de influencia definidas, donde cada potencia deba hacerse cargo de su territorio y de los problemas que conlleva ejercer ese dominio.
Putin pudo haber dicho que no, pero sabía que eso no le convenía y que, además, sería una humillación para el norteamericano.
Por eso, esta conversación arrojó algunos resultados limitados, pero concretos, que muestran la voluntad de Putin de jugar el juego propuesto por Trump. Total, Putin tiene tiempo y cartas. Trump, solo cartas y Zelensky poco tiempo y menos cartas.
¿Permite todo esto suponer un pronto acuerdo de paz donde todos brindarán y se abrazarán efusivamente cantando la Marsellesa? No. Pero tampoco hay que ser pesimistas.
Los líderes involucrados en el conflicto han tomado otro camino, distinto al que, con fines inciertos, venía impulsando la gestión de Joe Biden.
El viejo líder argentino, Juan D. Perón, solía decir sobre los peronistas: "Nosotros somos como los gatos, cuando parece que nos estamos peleando, en realidad nos estamos reproduciendo".
En caso de que este acuerdo de paz se concrete, será sin duda lento, denso, engorroso, con retrocesos, peleas y violencias diversas, con traiciones, escenificaciones bélicas y muchas veces, justamente todo eso, como con los gatos que parece que pelean, será la pauta de que están negociando.