Retazos de Joaquín Torres García. Cuatro evidencias de que el máximo pintor uruguayo es tan uruguayo como universal. ¿Qué lugar tiene fuera de fronteras, cuál es su dimensión en esos rincones de París, Nueva York, Barcelona, cómo se lo ve hoy, a 150 años de su nacimiento?
La respuesta es tan rotunda que parece quedarse corta: como un maestro internacional. Como parte de una foto en la que también salen Kandinsky, Mondrian y otros.
Otros gigantes.
La crítica de arte Emma Sanguinetti puntualiza: “Torres García es el artista uruguayo con mayor proyección internacional fuera de toda duda. A veces lo localizamos tanto, lo hacemos tan nuestro, tan pintor nacional, que nos olvidamos de su dimensión y su papel, sobre todo en su etapa española, su obra noucentista, y después por supuesto en París, con las vanguardias”.
Torres García hizo del mundo un lugar de exploración. Buceó en los mares del noucentismo catalán en su etapa española, se plegó a las mieles furiosas de la vanguardia en París, intentó ser un juguetero en Nueva York y luego, 43 años después de abandonar Montevideo, volvió. Detrás de él, una estela de obra inconmensurable. Delante, la promesa de un legado, el impulso a trasmitir a los discípulos que vendrán. Un taller.
El taller.
“Se fue jovencito y volvió como un hombre maduro”, dice Sanguinetti. “Está acá un período relativamente corto, pero lo que pasa es que el viejo era una máquina de disciplina, de constancia, de hacer cosas, tenía una energía casi sobrenatural. El revuelo fue brutal. Trajo todos los modos de vanguardia de París, y el impacto fue tremendo. Veníamos suavemente ondulados, y cayó el meteorito”.
El director del Museo Nacional de Artes Visuales, Enrique Aguerre, usa un término parecido: “Fue un terremoto”.
Joaquín Torres García sacudió esta penillanura, pero ya había sacudido al mundo.
Torres García en el mundo
Su presencia en los museos más importantes del mundo es un hecho. La cantidad de obra no acompaña su dimensión, pero sí su calidad. Está en el mencionado Pompidou, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), en el Reina Sofía y el Thyssen-Bornemisza de España, en el Malba de Buenos Aires, en el Museo de Bellas Artes de Houston, y más. Todas estas instituciones tienen al menos una o dos obras de peso en su catálogo. Son piezas valiosas.
Torres García era, además, una máquina de trabajar. Su obra es vasta, se estira por los territorios, los museos y las colecciones privadas. Incluso alcanza a los murales: los que pinto en su etapa noucentista, por ejemplo, en la Generalitat de Catalunya.
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Alejandro Díaz, el director del Museo Torres García y bisnieto del artista, repasa así su estela internacional:
“Es un artista muy importante y sobre todo querido por los especialistas. Hace unos años el MoMA de Nueva York le dedicó una retrospectiva, que luego viajó a Madrid y Málaga. El Museo de Fine Arts de Houston tiene una sala dedicada exclusivamente al Taller Torres García, y hay obras de Torres en decenas de museos del exterior, como el propio MoMA, el Metropolitan, el de Houston, el reina Sofía, el Thyssen, el Museo de Arte Moderno de París, el de Buenos, Aires, San Pablo. Anualmente se realizan varias exposiciones de Torres García en diversos lugares, y muy a menudo le solicitan al Museo Torres García que colabore con piezas de arte, materiales de investigación o imágenes de obras”, dice.
“La obra de Torres García está bastante dispersa por el mundo. Hay dos polos importantes en el exterior: Estados Unidos, más concretamente en Nueva York, donde además Torres García vivió entre 1920 y 1922, y España donde vivió desde 1891 a 1920 y luego un año en 1933. Donde quiera que estuvo, Torres García dejó obras, tejió vínculos con el ambiente local e influyó artistas en diversos grados”, agrega.
La muestra que menciona Díaz en el MoMA fue uno de los hitos de la obra de Torres García en el exterior. Un piso completo de ese museo paradigmático destinado a su obra, una exposición que sacudió al ambiente artístico de esa ciudad y también al uruguayo. Tapa entera en el suplemento de The New York Times, revuelo mediático de este lado también. Emma Sanguinetti estuvo y lo recuerda con emoción.
“A nivel internacional es muy difícil conseguir mechar a los artistas latinoamericanos, por eso el trabajo que hizo Luis Pérez-Orama, el curador de esa muestra, fue tremendo. Fue de las cosas más emocionantes que viví en mi vida. La exposición era realmente una joya, sobre todo en su guion curatorial. Fue un verdadero hito.”
Aguerre también recuerda esa muestra en particular, para la que el museo aportó parte de su acervo.
“Le presentamos a Luis (Pérez-Orama) cinco obras del museo que formaron parte de esa muestra que se llamó The Arcadian Modern, algo que implica la figura de un moderno que hunde sus raíces en los viejos valores de una Arcadia Ideal o de un mundo helénico con muchos murales. Tienen que ver con el noucentismo, esa cosa pastoral, primigenia, casi pre-civilizatorio. Fue una gran exposición. Curiosamente, al mismo tiempo que se mostraba The Arcadian Modern en otro piso del MoMA había una exposición de escultura de Pablo Picasso”, recuerda el director del MNAV.
El coleccionista de Torres
El lugar que Torres consiguió a nivel internacional también tiene dos jugadores claves más que apuntar. El primero: el coleccionismo.
La obra del uruguayo está presente en las principales ferias de arte y galerías que se enfocan en el arte moderno del siglo XX, en el canon que se aboca a ese punto de apoyo específico. Sus cuadros se han subastado por cifras récords en las casas más importantes, y de allí han ido a parar varias veces a algunos de los museos que hoy lo alojan.
“Muy cerquita de acá tenemos el Malba, que tiene una pieza fantástica que Eduardo Costantini compró para el museo hace muchos años, un Torres fantástico. En Argentina hay varias obras, hay coleccionistas privados que tienen excelente obra, por ejemplo Mario Gradowczyk, que ya falleció pero tenía una colección fantástica”, cuenta Aguerre.
“El coleccionismo privado tiene mucho peso, y es importante generar vínculos con él para facilitar los préstamos de obras a las exposiciones y que las obras circulen y puedan ser apreciadas por el público, que para eso fueron creadas”, agrega Díaz desde el lugar de la gestión familiar del museo.
Justamente, la familia y la forma en la que durante años guardaron el legado del artista, es otra de las aristas que marcan los lazos que Torres estableció con el exterior. El último cancerbero del hombre a quien Sanguinetti evoca como "un demiurgo, un mago, un hechicero".
“El posicionamiento de la familia ha sido clave para el lugar que tiene Torres en el Uruguay y en el exterior. La familia era un clan cerrado, constructora de una mitología. Hay devoción y iración de los descendientes, tienen un control muy exhaustivo de la obra. Pocos artistas han tenido una fuerza que impulse de esta manera”, dice.
Fuego carioca, el hito inverso
La obra de Torres García tiene un episodio clave más en el exterior. O más que un episodio: una historia de terror.
El 8 de julio de 1978, un incendio monstruoso carbonizó buena parte del Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro. Casualidad o tragedia, en ese momento se estaban exponiendo decenas de creaciones del artista uruguayo, y el fuego quemó 73 de ellas. A Uruguay volvieron los pedazos quemados.
"Es una de las heridas más grandes, de las pérdidas más notables. Según Torres, según el Taller, la familia y expertos, ese era el núcleo duro de su obra. Se perdió para siempre, lo devoró el fuego. Eso implica una pérdida que todavía no terminamos de asimilar ni de calibrar, pero además da cierta orfandad. Pensemos que a lo que tenemos hoy para apreciar de Torres le falta el núcleo. De hecho se quemó el 90% del acervo total del museo de Arte Moderno de Río, imagínate la tragedia que es eso", se lamente Aguerre.
Este domingo se estrena en cines Pax in Lucem, un documental de Emiliano Mazza De Luca que recuerda ese evento, pero también explora los ecos de Torres García en el hoy.
Ecos que son tan uruguayos como universales.
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