6 de junio 2025 - 18:49hs

La desinformación no es un asunto político: a estas alturas es una epidemia, una realidad social; mentir, falsear, difamar, engañar abandonaron su papel verbal, representan la munición con la que dispara esta nueva arma que deslamina las democracias y las adelgaza.

Deepfakes, manipulación, suplantación, acciones y recursos online que conspiran en socavar la confianza y la credibilidad de las instituciones democráticas y sus protagonistas.

La democracia en tono digital debería sostener la apertura informativa y mantener a la sociedad informada, dotarla de herramientas para fortalecer y preservar la integridad de los datos y alimentar la capacidad de discernimiento del público y todo esto constituirse en un objetivo estratégico.

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El sesgo de la información no es aleatorio, el bombardeo tendencioso es programado y dirigido, nada es casual ni randómico, colocar intencionalmente contenido al alcance de grupos etarios, sociales o raciales específicos es cada vez más probable y procedente, es un proceso deliberado y consciente.

No existe un espejo en el que contrastar y escrutar si nuestra opinión se construye a partir de la metralla diseñada, gestionada y dirigida hacia y a través de nuestras múltiples pantallas, las plataformas omnipresentes penetran las delgadas capas de defensa previamente configuradas por el exótico y adictivo elixir de las redes sociales, influencers y recortes de noticias o pronunciamientos que alguna vez fueron verdad y hoy ya no solo no sabemos, ni siquiera dubitamos.

El convencimiento de que las redes sociales son “la realidad” parece haber permeado en todas las capas de la estructura social, por adoctrinamiento o simple pulsión allí se ha instalado una perspectiva mucho más compleja, no solo se trata de realidad, sino de “la verdad” y para algunos con características propias del Oráculo de Delfos, así es, para los creadores de la democracia, aquellos mismos griegos cultores de la mítica concepción del Oráculo constituye un simbólico viaje en el tiempo que imparte realidades y verdades a todo el mundo, en cualquier momento del día, a toda hora y sin límites geográficos.

Disputar y ganar una elección a través de las redes sociales es casi un commodity, parece que no habrá otro método de aquí en adelante, pero manipular, denostar y desinformar se encuadran rápidamente en la categoría de “clásico” irreversible.

Personas y algoritmos mienten, estafan, engañan. Es condición humana. Se utilizan tácticas dolosas que dañan la ética con tal de alcanzar un objetivo. La tecnología, manejada por humanos, carece hoy de controles regulatorios efectivos. La superficie a monitorear sin vulnerar la libertad de expresión es inmensa, y el problema, real y sin solución a la vista.

Democracias e instituciones se desgastan, puestas en duda por la irrupción de la IA hoy, y de la Computación Cuántica mañana. Las máquinas harán lo que los humanos ordenen… por ahora. Luego, los algoritmos.

El nuevo Oráculo responde y aconseja, como lo hacía el de Delfos, patrocinado por Apolo y voceado por Pitia. Aquel legado nos obliga a repensar nuestro rol y responsabilidad en la calidad democrática que buscamos. Tres máximas resisten el tiempo y hoy nos advierten ante la desinformación: sé justo. Nada en exceso. Conócete a ti mismo. Gracias, Apolo.

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