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10 de mayo 2025 - 5:00hs

Una tiene 24 y la otra 47. Una nació en Minas y la otra en Buenos Aires. Una vive en Montevideo y la otra en Berlín. Las dos tienen varios libros publicados, aunque el nombre de una suena desde hace bastante más tiempo que el de la otra; esa otra, sin embargo, de repente no deja de sonar. Ambas publican cuentos. Por eso podrían ser llamadas cuentistas, incluso cuando también escribieron novelas, porque el caso es que, en ambas, los cuentos han sido el punto alto de sus obras. Las dos publicaron en algún momento en la editorial española Páginas de Espuma; una lo hizo con uno de sus primeros libros, la otra con el último. Las dos tienen apellidos que comienzan con la letra S. No se conocen personalmente, pero al menos una de ellas ha leído a la otra. Ambas protagonizan la estantería de las novedades en todas las librerías de este lado y el otro del charco. Las dos llegaron con el otoño, con libros que ya están entre lo mejor de los últimos meses, sus títulos son El buen mal y Larvas, y ellas se llaman, como tal vez ya te diste cuenta, o tal vez no, Samanta Schweblin y Tamara Silva Bernaschina.

Unir a las dos escritoras en una sola nota puede parecer algo aleatorio. Lo es. Sin embargo, hay razones que hacen válida esta yunta. A saber: ciertos territorios de las historias de Schweblin y Silva son familiares, las atmósferas que sobrevuelan sus cuentos están teñidos por una inminencia de la tragedia más o menos similar, sus personajes tienen dilemas que en ocasiones están emparentados.

En cierta forma, parte de esta familiaridad se explica porque Silva, la más joven, la uruguaya, es una evidente lectora de Schweblin. La influencia de la argentina en su obra se percibe más allá de lo temático, así como también hay trazos de otras influencias, como la de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, que colaboran en esa escritura sorprendentemente madura que la escritora minuana mostró desde su debut en Desastre naturales.

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Pero más allá de esos encuentros, la propuesta esta vez es juntar a El buen mal (Random House) y Larvas (Páginas de espuma) bajo una misma luz. No ponerlos a competir, pero si acercarlos. Y por supuesto: la lectura conjunta de los dos títulos es recomendada. Se garantizan buenos resultados.

El buen mal - Samanta Schweblin

Cómo llega a librerías

Lo último que trajo Schweblin a la mesa no fue un libro. La figura de la escritora argentina de 47 años ha crecido tanto que su universo ha escapado a la palabra escrita y hoy, como sucede con otros nombres de su generación, su obra alcanzó la pantalla. En 2021 se estrenó Distancia de rescate, adaptación de su novela corta homónima, y eso llevó sus obsesiones a un caudal de público quizás mayor. Noticias de su escritura no teníamos desde 2018, cuando publicó la novela Kentukis.

Novela coral, novela distópica, novela que olía a una autora que buscaba seguir el signo de los tiempos para expandir su alcance, hay poco para recordar en Kentukis, que hasta incluso hoy se antoja algo obsoleta en sus intenciones blackmirrorianas. Por suerte se Schweblin recordó que había un terreno, los cuentos, que dominaba como pocos autores hispanoamericanos logran hacerlo en el siglo XXI. Así que volvió a ellos. Los lectores, agradecidos.

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Por qué hay que leerlo

Los años de espera valieron la pena. La escritura de Schweblin está en el mejor momento de su carrera. La argentina hace gala de una madurez brutal a la hora de istrar la tragedia latente, el dolor que sigue a continuación, las palabras certeras. No hay nada librado al azar, no hay error de cálculo, elementos de sobra, una oración de más, todo es preciso al punto de ser alarmante, y cada cuento parece haber sido escrito con una concentración germánica. Y con un control total de sus capacidades literarias. Dicen que lo bueno llega en pocas dosis; El buen mal tiene apenas seis relatos y no necesita más. En esas seis historias está contenido el universo entero de una de las mejores exponentes de la narrativa en español.

Cuál es el mejor cuento

El buen mal abre con Bienvenida a la comunidad, un relato inspirado en el suicidio de Virginia Woolf que pega de entrada con una descripción estremecedora — Al fin, despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse.— y discurre en una suerte de autopsia de la paranoia cotidiana.

Sin embargo, la cima se abre a la mitad: El ojo en la garganta trae el horror enganchado al pie de un niño de seis años que se traga una pila de reloj, que por los daños internos precisa de una traqueotomía atroz, y que posteriormente llevará la vida de sus padres a puntos sobrecogedores, casi fantasmales —fantasmal, también, es su voz narradora; parte de su impacto reside en esa extrañeza que genera el lugar desde donde se narra—.

Larvas - Tamara Silva Bernaschina

Cómo llega a librerías

La carrera de la escritora uruguaya podría compararse con un montón de fenómenos naturales: un meteorito, un géiser, una erupción volcánica, lo que se prefiera. Y sea un chorro de agua hirviendo o una explosión de lava, en todos los casos queda claro que la analogía habla de cosas que suben y no se detienen —bueno: el meteorito puede caer, pero se entiende—. En tres años, Silva publicó tres libros y los dos primeros se transformaron en éxitos inmediatos. Crítica y público parecen fundirse en un abrazo con ella. Dos Bartolomé Hidalgo, Premio Nacional de Literatura, una mención en el Onetti, ocho ediciones de Desastres naturales, cuatro o cinco de Temporada de ballenas. ¿Qué tecla tocó Silva Bernaschina para lograr ese aplauso casi unánime tan rápido? ¿Y qué sigue para ella?

Lo que sigue es lo que hoy está con olor a nuevo en los anaqueles: Larvas, su salto internacional, editado por la española Páginas de espuma, un libro que ya generó fuera de fronteras un ruido que es casi inédito para una escritora uruguaya de su edad. Después de una incursión en la novela breve, la minuana volvió con este título al cuento, y lo bien que hizo: cuando se dedica al relato breve, parece que tuviera quince años más de escritura encima. ¿Deberíamos sorprendernos? Tal vez no, viendo su reciente historial. Pero cómo no hacerlo.

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Por qué hay que leerlo

Larvas es el mejor libro de la autora. Desastres naturales fue un compendio de cuentos sorprendente, pero dejaba ver a una escritora en plena construcción y búsqueda de su voz, de un estilo propio, de una zona donde aterrizar sus intereses y dejarlos macerar. Tres años después, este título de Páginas de espuma la muestra mucho más sólida en sus decisiones estéticas —hay mucho riesgo y bien tomado en algunas intervenciones de las voces que forman parte de algunos cuentos—, más madura en sus temas o en cómo llegar hasta el fondo de ellos, y también más astuta a la hora de istrar los pliegues, en ocasiones muy truculentos y terribles, de sus historias. El músculo de la uruguaya gana fuerza y eso se suma a un talento que evidentemente es casi innato.

Cuál es el mejor cuento

Hay varios cuentos de Larvas que se construyen sobre imágenes potentes que no se olvidan. Por ejemplo, la niña quemada de La gallinita ciegaLas letras le abultan en la boca cuando mira a su hermana, que ya no puede devolverle el gesto. Porque las cicatrices dan asco. Y el asco es algo que se aprende temprano.— o el protagonista de Mi piojito lindo.

De nuevo, lo mejor se revela a la mitad del libro, con el relato Arena, arena, arena. Dos muchachos, trabajadores de una arenera, encuentran una yegua muerta en un curso de agua. El patrón los obliga a deshacerse de ella, ellos intentan, lo que hacen no es suficiente porque la yegua vuelve de otra manera. El cuento no es un relato de fantasmas: importan más las tensiones entre los dos protagonistas, lo que no se dice, los secretos que se reprimen mientras el olor a podrido sube desde el río. Es fascinante.

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