Así las cosas, se puede decir que esta su primera novela "rural", su primera novela colombiana, su acercamiento máximo a la poesía y que llega en un momento que la tiene como parte del escaparate principal de la literatura latinoamericana. Ese contexto trajo novedades para su vida y su carrera, más viajes, más ferias, más ajetreo, y en el medio está ella, con las mismas ganas de escribir que antes, tratando de hacerle espacios a la escritura en medio del vendaval editorial. De todo eso, habló con El Observador durante su visita al país.
¿Ya te acostumbraste a lo que llegó para tu carrera luego de Mugre Rosa?
Sí, me he acostumbrado. Igual sigo luchando por encontrar más calma. Siempre estoy en la ambivalencia de poder estar más tranquila, tener menos viajes, pero no he logrado implementarlo.
Parece difícil lograrlo en una época donde se exige eso de un escritor de tu perfil, ¿no?
Hay escritores que lo logran. Fernanda Melchor hace poco dijo que cree que no va a hacer ningún evento público más. Eso es muy irable, la verdad; entiendo que por su personalidad le afecta mucho y tomó esa decisión. Siempre hay un precio que se paga por esas decisiones, pero también hay un precio que se paga por la exposición. El tema es encontrar el equilibro. Yo cuando me encierro a escribir, desaparezco. El borrador de El monte de las furias lo terminé en enero de 2022, y para eso me fui a encerrar un mes y medio a una casa de campo en Colombia, en un pueblito colonial con cinco calles. Tenía mucho verde exuberante a mi alrededor.
¿Esa atmósfera se pegó al borrador?
Totalmente. Además, por eso elegí ese lugar. Lo he contado muchas veces, pero en el apartamento donde vivía, y donde empecé a escribir este libro, podía ver las montañas por la ventana. Después me mudé con mi pareja, pero le dije "hasta que no termine el borrador, no me puedo ir". Era imposible, era demasiado lo que necesitaba ver la montaña desde ese punto específico y con esa atmósfera que se había generado, una burbuja que me daba miedo pinchar si cambiaba de espacio.
¿Qué tan fácil fue transmitir esa potencia de las montañas para una nativa de un lugar tan chato como Uruguay?
Llevaba cinco años viviendo en Colombia cuando empecé a escribir, así que estaba empapada del paisaje. Desde que llegué quedé fascinada con las montañas, justamente por ser lo diferente. Veía que los colombianos naturalizaban su vínculo con ellas, habían dejado de verlas casi. Es muy diferente vivir toda tu infancia en relación con el mar, como mi caso, y crecer a las faldas de la montaña. No soy muy rápida para digerir un nuevo espacio, así que cuando me puse a escribir sentí que orgánicamente había cuajado y ya podía hacerlo. El desafío fue sobre todo salirme de lo urbano. Escribir una novela que fuera tan rural por primera vez. Soy muy urbana, porque además mi imaginario lo es por haber sido montevideana toda la vida. Después de Mugre Rosa necesité irme a un espacio para pensar la relación entre naturaleza, ser humano y la mujer.
Fernanda Trías
Fernanda Montoro
Pienso en ese momento luego de Mugre Rosa, y siento que nunca hubo tanto ruido en tu carrera como en ese período. ¿Se metió ese ruido en tu escritura?
Una parte de El monte de las furias, por suerte, la pude escribir en 2020, cuando todavía no se había producido ese ruido. Porque todo empezó con el premio Sor Juana Inés de la Cruz, y eso se anunció a finales de octubre de 2021. En ese momento sí, el ruido fue tan brutal que me tuve que ir a esa casa en el medio de la nada, donde no había ninguna distracción. Después luché bastante por defender esos espacios de silencio para trabajar la corrección, que para mí es una etapa fundamental.
Es curioso que el escritor tenga que pelear por su espacio de escritura. Mucho de ese ruido viene del propio mundo editorial, además.
Sí, es un problema. Pero también me acuerdo de cuando Levrero estaba vivo, y como se sabe no daba entrevistas ni se exponía, y aún así él tenía que defender su espacio de escritura. Por algo escribe El discurso vacío, porque hay otras intrusiones, las de la vida familiar y más. O sea que siempre ha sido así. Siempre hemos tenido que defender el espacio de escritura del trabajo asalariado y del espacio familiar, pero ahora se ha producido un fenómeno que lleva unos años, y es que otra vez pareciera que la obra se tiene que sostener con la figura del autor.
O sea: el autor tiene que estar por delante.
Sí, apoyando su libro, algo que antes no había que hacer. Y eso se da porque el autor "resucitó" como figura y ahora importa mucho lo que haga, lo que diga, su figura pública. Le va a ir mejor a un autor o autora cuyo personaje público sea particularmente carismático, y le va a ir mejor a su libro. Y es lamentable que eso que creíamos superado haya vuelto a afectar tanto la lectura. Porque vos sos quien sos, pero todo es una narrativa. ¿Cuál es la historia que vas a contar? Si la historia que acompaña al autor es interesante va a llamar más la atención, y eso no lo podés inventar. Eso deja en desventaja a autores que tienen una vida completamente anodina.
Hoy sos la escritora uruguaya con mayor proyección internacional. ¿Eso implicó que hayas tenido que negociar con ese mundo por fuera de la escritura para, justamente, poder seguir trabajando a ese nivel?
No, pero si fuera absolutamente irrelevante iría a menos eventos, menos ferias. Pero no he tenido que hacer nada muy espectacular. Igual, ser uruguayo es una desventaja.
¿Todavía lo es?
Sí, porque hay centros de poder. Por ejemplo, al resto del mundo le interesa saber qué se escribe en Argentina, qué se escribe en México, pero a nadie le interesa saber qué se escribe en Uruguay. Ningún medio europeo va a escribir sobre la nueva literatura uruguaya. Nosotros somos la periferia de la periferia. De por sí ya estamos en desventaja porque a nadie le importa mirar para acá. Y eso lo vemos también con nuestros autores canónicos. Es así. Es el precio que hay que pagar por ser uruguayo.
¿Irse del país “mitiga” esos efectos y te acerca a esos círculos? ¿O tener agentes?
Creo que ya no. Hoy las editoriales independientes de los distintos países están súper conectadas, se crearon premios especiales como Las Yubartas, y ha sido maravilloso en el sentido de que por fin estamos viendo esa utopía que, cuando empecé a publicar en el 2000, se soñaba pero no parecía posible. En ese sentido, los circuitos están más aceitados, pero es tanto lo que incide. Es una especie de alquimia entre distintos factores. Primero está la obra. Yo entré al mundo de las agencias literarias convencida de que hacían magia, y descubrí que no. Se tiene que conectar el agente correcto, que confíe en la obra, con el momento correcto, con un mercado que esté interesado por esa literatura, y más. Incide también la opinión de los pares, porque los escritores van replicando y recomendando. Entonces, es ingenuo creer que porque te vayas a vivir a España te va a ir bien. Podés irte, pero no alcanza. No es una fórmula.
Lo que parece estar claro es que hay una suerte de hermandad o vínculo más estrecho entre los escritores de la región. Parece que, en términos generales, hay un impulso colectivo. ¿Es así?
Sí, creo que hay colegaje. Y no es falso en el sentido de que si hay ciertas propuestas de autores que realmente no te gustan, no los recomendás. Pero sí hay una generosidad al nombrar a los que sí te interesan y que te parecen destacables. Hay una buena onda general. Como siempre, hay rencillas y actitudes competitivas, pero en general hay una generosidad que está buena. Creo que eso fue algo que trajimos las mujeres. Los hombres siguen siendo más territoriales y, por supuesto, les cuesta recomendar a autoras. Nosotras trajimos una actitud más sorora, aunque la palabra sea horrible. Y algo que pasó en mi generación también es que empezamos a nombrar a las antiguas, a "rescatar" a las que estaban invisibilizadas. Hubo un resurgimiento enorme de autoras como Sara Gallardo, Armonía Somers, Elena Garro.
En entrevista con La Diaria decías: "Yo no me voy a emocionar escribiendo un libro si no estoy asumiendo algún riesgo". ¿El monte de las furias fue un salto al vacío, en ese sentido?
Sí, pero ya cuando escribí Mugre Rosa sentí que estaba dando un gran salto al vacío por salirme del realismo, pasar a la distopía, jugar con los tiempos verbales, usar los interludios sueltos entre los capítulos. Estaba asumiendo montones de riesgos. Cuando lo terminé sentí que quería más. Me gustó esa sensación, el vértigo. Sentí la emoción de estar haciendo algo que nunca había hecho. Quería empujar mis propios límites, hacer una exploración estética, liberarme del miedo de cómo podía ser recibido. Eso es lo que más me emociona de sentarme a escribir. Yo sabía que El monte de las furias era otro salto al vacío, pero estoy en una época en la que me siento muy creativa en ese sentido.
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Carlos Escobar
El lenguaje de la novela es un híbrido que incorpora códigos uruguayos y colombianos. ¿Fue una decisión consciente de liberar la parte más mixta de tu identidad?
Lo supe antes de sentarme a escribir. Cuando terminé Mugre Rosa me dije que la próxima vez no iba a estar preocupándome de que no se me escapara algo no uruguayo. Llegó un momento en que o abrazaba esa mezcla que soy, en la que me convertí me guste o no, o seguía forzando lo contrario. Como, justamente, estoy en un momento en que siento una emoción experimental, opté por hacerlo. Quise llevar el extrañamiento al límite del lenguaje, y llevar al límite al lenguaje lírico. Esa experimentación es parte de llegar a cierta madurez vital en la que ya no pensás en las expectativas del afuera. Esta es la única vida escritural que voy a tener, hago lo que quiero y salto al vacío.
En entrevista con El Mundo de España mencionaste tu inclinación por la idea de prescindir de la trama como función principal de la literatura. ¿Te parece que nos estamos atando demasiado como lectores y escritores a la idea del argumento?
Los escritores que me interesan no creo que estén constreñidos por tener una trama. Los escritores que no me interesan sí están muy preocupados por eso; parece que escribieran sus libros pensando en vender el guion. En realidad, el mercado se subdivide. Hay una parte que busca la trama, a ciertos medios y críticos les importa mucho, pero también hay otros que no. También los lectores están divididos. La verdad es que hay libros que parecen escritos con escaleta. Sé de escritores que escriben con escaleta, porque escriben como si fuera una película. En general son propuestas que no me interesan y se nota que están escritos para ser adaptados. Lo que sí hay es una tiranía del tema, más que de la trama.
¿En qué sentido?
En que hay temas que interesan y otros que pareciera que no. Y lo veo más en el mundo anglosajón. Todo se lee desde el tema, se critica desde ahí, y por eso mi pequeña épica personal, porque es una rebeldía que no le importa a nadie pero a mí sí, es ir contra eso. Al leerse desde el tema no se mira ni la búsqueda formal, ni el trabajo del lenguaje, ni cuál es la verdadera propuesta estética. Es solo temático el asunto. Después, la gente que dice esto no tiene trama refiriéndose a un libro son simplemente malos lectores. Para mí la trama es la vida. Todo lo que le pasa al ser humano. Ahí tenés la trama.