Del taller de Levrero salió De los flexes terpines, un editorial de vida efímera dirigida por él mismo, y allí publicaron autores por ese entonces primerizos como Pablo Casacuberta, Inés Bortagaray y la propia Trías, que vio como su novela de iniciación cobraba vida bajo la mirada atenta de su maestro y con el título Cuaderno para un solo ojo.
Después, en 2001, vendría su bautismo real: La azotea. La novela con la que empezó a mostrar que la cosa venía en serio, y que tiene una apertura excepcional:
«Si llegaran en este momento me encontrarían sobre la cama boca arriba, en la misma posición en la que me dejé caer cerca de medianoche. Once y treinta y ocho exactamente, la hora en que miré el reloj por última vez y la hora en la que todo terminó.»
La azotea es una novela sobre el encierro y es agobiante, en el buen sentido de la palabra. La forma en la que Trías, que tenía menos de 25 años, proyecta la claustrofobia desde Clara —un personaje atribulado y difuso— al lector es brutal. En esa historia ya aparecen obsesiones presentes en toda su obra: la alienación, el encierro, la soledad, la relación con el otro a partir, justamente, de una otredad sobrecogedora. Aparecían, también, chispazos de una crueldad que se enturbia todavía más por la inocencia de sus personajes.
Después de ese libro —que tuvo una gran recepción en el ecosistema del libro uruguayo, ganó el tercer Premio Nacional de Literatura y fue elegido como uno de los mejores de ese año por varias publicaciones— Trías empezó su derrotero por la región y estuvo un tiempo fuera de la publicación, hasta que en 2015 reapareció con La ciudad invencible, una serie de crónicas autoficcionales sobre su época viviendo en Buenos Aires.
Dos años después llegó No soñarás flores, su primer libro de cuentos y un título que cimentó su terreno en el exterior, con publicaciones simultáneas en Uruguay, Colombia, Chile y Bolivia, así como varias nominaciones a premios de la región. Otra vez, son dos libros donde Trías logra mostrar un costado enrarecido de lo que está a la vista, sean las relaciones entre las personas o las ciudades y estructuras que las contienen.
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«La literatura de Buenos Aires siempre sucede en otra parte, se está escribiendo en otros barrios, quién sabe cuáles, en los piquetes, en las fruterías de los paraguayos, en los apagones, mientras la comida de Navidad se pudre, huele la carne, corren los chinos a comprar bolsas de hielo para no perder la leche y las patys congeladas. Tal vez la escriban los nietos de esos mismos chinos, los que por la noche apagarán las heladeras para ahorrar electricidad. No hay que buscar la literatura; mucho menos la frase. A lo sumo se busca lo que está detrás de las palabras.»
Y entonces llegó la pandemia. Y resulta que Mugre rosa acababa de aterrizar en librerías. Y la ecuación fue de pura ganancia para Trías.
«Los días de niebla el puerto se convertía en un pantano. Una sombra cruzaba la plaza, vadeando entre los árboles, y al tocar cualquier cosa iba dejando las marcas alargadas de sus dedos. Bajo la superficie intacta, un moho silencioso hendía la madera; la herrumbre perforaba los metales. Todo se pudría, también nosotros.»
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A cinco años de su publicación, Mugre rosa es todavía su novela más ambiciosa. Decididamente distópica, el apocalipsis aterriza en una Montevideo sin nombre donde una peste obliga a la población a cambiar radicalmente de hábitos, por ejemplo alimentarse de una asquerosa pasta rosa que le da título al libro. En el medio hay una mujer que intenta aferrarse a las líneas de una realidad que se desdibuja, y es en ella donde la historia se conecta directamente con La azotea. Ambos libros parecen ser una especie de cara / contracara de una manera de acercarse a la soledad. Y, nuevamente, a formas de encierro y aislamiento. En alguna medida todos sus personajes son insulares. Y eso volvió a repetirse este año, en su publicación más reciente: El monte de las furias.
Lo nuevo: El monte de las furias
En algún punto, esto es un cambio de registro. Si bien la literatura de Trías transita por la línea de la introspección, en su última novela eso se profundiza y se le suma también un cuidado por las palabras que tiende puentes hacia una prosa más etérea, desapegada de la idea de la trama, aunque la tenga. El monte de las furias parece querer acercarse más a cierta anarquía de la poesía, y también a su belleza.
Esta es una novela en calma. Una mujer cultiva su vida en la montaña, tiene cruces con el sereno que cuida los terrenos en una garita cercana, procesa la vida que ha tenido hasta el momento mientras las cumbres la cobijan. En un momento empiezan a aparecer cuerpos sin nombre en su jardín, y ella decide enterrarlos. Hay un vínculo extraño con su madre que arrastra con esfuerzo. Hay huellas y cicatrices que hablan de un pasado donde la violencia se abrió paso.
Trías vive desde hace más de una década en Bogotá, Colombia, y los paisajes de esta novela son los que rodean a esa ciudad —da para pensar que “la ciudad roja” de la que habla es, en efecto, Bogotá—. Por ese motivo, se destaca la preservación que hay en su prosa de ciertas palabras y formas de habla que, sin ser forzadas, se pliegan a una uruguayez identificable, una que, por otro lado, si alguna vez la escuchaste hablar en una entrevista, sabrás que ha ido perdiendo. Parecería que para Trías, incluso si es involuntario, el lenguaje de la escritura sigue siendo un espacio de preservación. Una conexión que no se termina con aquella veinteañera que escribió La azotea y sorprendió a todos.
«De chica te enseñan que hay que amar a la madre porque es la que te dio la vida, pero vos no pediste nacer: saliste dando alaridos, con la cara roja de rabia. ¿Cómo explicarlo? Es como cuando hay un agujerito en una tela y vos metés el dedo una y otra vez para agrandarlo, para desgarrar despacio, y vos querés parar pero no podés, no es tu voluntad, es el dedo, la atracción del agujero que te empuja. Así mismo, la vida. Porque darte, la vida no te da nada, pero una se obstina en seguir viviendo.»
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Fuera de las páginas
Hasta acá, el camino literario. Pero incluso con una obra potente, que carga con una impronta propia identificable y eleva la vara en la construcción de una literatura vernácula, hay que tener otras estrategias para trascender.
Una de ellas son los premios. Fernanda ganó muchos y eso le ha dado una proyección inobjetable fuera de los límites uruguayos. Las dos distinciones más grandes las cosechó gracias a Mugre rosa: el premio Sor Juana Inés de la Cruz que se entrega durante la gigantesca feria de Guadalajara, y haber sido finalista el año pasado en los National Book Awards en Estados Unidos. Las traducciones de Mugre rosa y La azotea, además, ganaron el British PEN Translate Award. Acá en Uruguay también le ha ido fenomenal en esa materia: Trías tiene bajo el brazo el Premio Nacional de Literatura y el Bartolomé Hidalgo, ambos gracias a, adivinaste, Mugre rosa.
Los premios no lo son todo. Trías dejó de vivir en Uruguay hace tiempo, y en gran parte responde a que ha perseguido la posibilidad de las becas y las residencias. En 2004, por ejemplo, ganó una beca de la Unesco para escritores y se estableció en Francia. De ahí, pasó a Berlín, Buenos Aires, Nueva York, Valparaíso hasta recalar en Bogotá, donde actualmente vive y trabaja como docente en la maestría de Escritura Creativa del Centro Colombiano de altos estudios en literatura, filología y lingüística.
Mugre rosa, de hecho, fue parcialmente escrita durante una beca de residencia en la Casa Velázquez de Madrid, en 2018.
Pero además de los premios y las becas, Trías sumó hace algunos años un elemento a su carrera que hoy se antoja como fundamental para encontrar un lugar en el abarrotado mercado internacional de la literatura: las agencias.
En marzo de 2021, la uruguaya fichó con Indent, una de las agencias literarias con mayor cantidad de autores latinoamericanos trendy, y de allí su carrera no paró. Este tipo de empresas logran eso: que un autor que tiene todo para explotar, explote. Es un jugador relativamente nuevo, pero cada vez más importante. Para Trías fue un broche ideal. Después de pasar a las filas de Indent, quedó lista para transformarse en el gran nombre de la literatura uruguaya en el exterior. Y lo logró.