Lo personal, lo político, la vida post pandemia y el avance intempestivo de la mediatización digital que no está exenta de poesía. En un contexto en el que parece primar la crueldad y el discurso que valora al individuo por sobre lo colectivo, Rechimuzzi propone un dispositivo teatral que deja después de los aplausos más preguntas que certezas.
¿De qué manera vemos a la locura? ¿Qué mecanismos promovemos como sociedad en relación a la salud mental? ¿Qué es la cordura? ¿Cuáles son nuestros propios “desacoples”? ¿Vale vivir en la crueldad o quizás la bondad sea el “estadio superior de la inteligencia”? ¿Qué clase de humanidad se puede construir desde el encierro?
Sobre la comedia y la política, el binomio entre cordura y locura, los márgenes y el mainstream, el camino del arte y la construcción de su primer unipersonal, Martín Rechimuzzi habló con El Observador antes de volver a subir al escenario.
Es una obra que nace de una experiencia familiar. ¿En qué momento empieza a traducirse en un dispositivo escénico?
Creo que lo que pasó, pasó en muchos hogares o unidades familiares y creo que por eso lo estoy haciendo. Identifiqué que me estaba pasando a mí, o a mi familia, pero sentía que en el contexto de pandemia y de encierro estaba pasando en muchos más lugares de los que imaginaba. Apenas mi tía tuvo algunos desacoples –yo me refiero a la locura de esa forma por proponer una mirada desde las ciencias sociales, de no patologizar al individuo sino pensar cómo hay una estructura que lo conlleva y lo promueve–, la forma en la que ella empieza a desordenarse con la realidad fue muy expresivo, como lo es un brote de locura. De hecho, lo trabajo en esa línea: los episodios. Una cosa que tiene un principio y un fin, que no signa para siempre. Y cuando estaba sucediendo ese episodio pensaba cómo hacíamos para contener esto, pero al mismo tiempo estaba diciendo "yo esto lo tengo que actuar porque si no me gobierna, me lleva". Y al mismo tiempo como actor no son tantas las experiencias tan contundentes que te tocan atravesar como para decir "che, acá hay una semilla que si uno la riega un poco va a parecer una flor interesante".
¿Para vos el teatro siempre es una forma de atravesar el dolor o estas cuestiones que de otra manera “te llevan”?
Creo que el teatro es una forma de representar absolutamente potente, es una forma histórica que resiste casi desde que existe el registro del ser humano. Y me parece que en este tiempo el teatro se vuelve un espacio de resistencia, no tanto referido a los discursos que se propone sino por el hecho del encuentro. El hecho de que la gente tenga que ir a un lugar, permanecer ahí sentada, hacer el esfuerzo de pensar y no estar registrando para posponiendo para después. En ese encuentro aparece algo distinto. El teatro necesariamente es una forma de atravesar el dolor, las alegrías, las angustias, atraviesa la vida toda y la representa. Y la construye también, porque hay algo medio performático en esto de la perforación que tiene que ver con que te vayas con algunas preguntas o modificaciones. Es bastante contundente lo que me pasa en Alejandra, porque la gente por lo general espera algo más próximo al chiste y de repente se encuentra con que hay chistes durante la mitad de la obra y después queda con algunas preguntas habitadas en el cuerpo.
20250519 Entrevista Martín Rechimuzzi
Foto: Inés Guimaraens
Hay mucho de lo colectivo que atraviesa la obra. Hablás de la locura como un “desacople” y eso nos pone a nosotros como sociedad en un lugar de responsabilidad, nos hace pensar sobre cuál es ese dispositivo que estamos permitiendo que continúe para que la locura siga siendo vista de esta manera.
Exacto. Por eso hay un primer texto que leo, que es un informe que voy trabajando en visitas a profesionales que están todo el tiempo con estas realidades, incluso en las charlas con los locos, con las locas, con los familiares. A partir de eso es que invito a pensar las propias locuras. No desde la romantización sino en ese binomio entre cordura y locura, que invita a ese falso binarismo en donde estás en un lugar o en otro. Aquellos quienes por ahí tenemos una vida funcional, o que puede ser operativa, que podés ir a laburar, tener vínculos, también estamos muy habitados por muchísimas locuras. Y son esas locuras las que muchas veces nos permiten continuar adelante. Ese grito, ese desacople justamente, es el que te permite continuar; no el discurso de la racionalidad, no el discurso de la coherencia. Cuando aparece eso que te desorganiza es lo que te mueve a seguir. No por eso estoy romantizando a aquellas personas que tienen padecimientos de salud mental, por supuesto, pero sí quiero hacer énfasis en eso que aparece más escondido. Porque siempre al loco o a la loca se lo pone lejos, y uno en esa distancia se coloca en otro territorio, en la coherencia, y no funciona tanto así.
También hay algo de que la cordura termina siendo, a fin de cuentas, un consenso social.
Por supuesto. Es un consenso social y temporal. Porque la coherencia va cambiando, el sentido común va cambiando a lo largo del tiempo. Si uno mira algunos valores que hoy se dan por naturalizados son productos de una conquista política, y si uno mira hacia atrás, cosas que nos parecen inimaginables eran parte del sentido común en todos los vínculos sociales. Planteo la racionalidad como un consenso, como un nosotros que se pone de acuerdo para que esto perviva. Que es necesario, pero no es una verdad última que propone todas las respuestas.
Para construir esta obra también recorriste distintos hospitales de salud mental en Argentina. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Qué encontraste ahí? ¿Y cómo lo transformaste después?
A las instituciones de salud mental sigo yendo, tengo diálogo con muchas personas que laburan en esos espacios y modificó mucho la idea que yo tenía. Al principio cuando fue mi primer o con el espacio de internación, en este caso el de mi tía, iba con algunas miradas desde las ciencias sociales, una mirada por ahí más promovida por el postestructuralismo donde esos espacios son espacios de encierro, de disciplinamiento. Cuando me acerqué lo empecé a ver distinto. Empecé a ver lo que pasaba ahí adentro y encontré –no en todos, y por eso lo circunscribo a los lugares a los que fui, que fueron lugares públicos esencialmente del Gran Buenos Aires y algunos de Capital– espacios de resistencia sobre este discurso tan constructivo que por momentos puede tener la coherencia. E insisto una vez más, porque si no parece que uno romantiza la locura, no tiene que ver con eso pero sí ver cómo de repente hay que acomodar algunas cosas que entran muy desacomodadas y en ese acomode hay una respuesta colectiva sobre qué clase de humanidad se puede construir a partir de alguien que llega desacoplado. Ahí hay una decisión. En esa resistencia hay un proyecto de plastificación química. Hay casos que necesitan eso, pero hay personas que por ahí tienen la posibilidad de, con ese desacople, armar otra vida posible. Es una pregunta vigente para todos nosotros y nosotras. En el avance feroz de los dispositivos digitales y la inteligencia artificial, que también es un arrojo humano, cosas que antes se resolvían entre personas ahora las resuelve el algoritmo. La pregunta de qué aspectos de lo humano queremos conservar no es solo de los locos que llegan a las instituciones sino que es una pregunta que podemos darnos todos.
Hablás de esos espacios como el límite del Estado. ¿Por qué?
Ahí hago referencia a cómo los dispositivos construyen al sujeto. Podría hablar del Estado del siglo XX, porque ahora habría que advertir algunas otras cosas, pero creo que el Estado moderno, liberal, occidental promueve cierta clase de sujetos, a través de los dispositivos que tiene para construir cuáles son los comportamientos válidos. Cuando alguien no tiene un comportamiento válido queda la cárcel. El Estado tiene el monopolio de la fuerza física, entonces te encierra. Pero también existe el otro espacio en donde una persona que no es coherente, que no habla en ese discurso, tiene un encierro posible también. Pero insisto que esa era mi mirada y cuando entré ahí me di cuenta de que es un límite del Estado. Acá se construye desde la locura también cuál es el discurso de la coherencia. Pero ahí vi una resistencia.
La obra deja una sensación de urgencia. ¿Para vos esto es un acto de resistencia o una forma de hacer activismo desde las artes?
Sí, completamente. Es una obra muy política, si bien no hablo de partidos ni de dirigentes. Es una obra que toma ese aspecto de la política que nos invita a preguntarnos de qué modo queremos vivir en grupo, cuáles son las tensiones que nos atraviesan, no sólo a los institucionalizados sino a los que estamos afuera. Y hay una mixtura entre la risa y el llanto que se parece un poco también a los velorios. A veces veo a la gente enloquecida cagándose de risa de un chiste, pero viene con la lágrima de lo que viene escuchando, y ya se vuelven todos un poco loquitos y loquitas.
20250519 Entrevista Martín Rechimuzzi
Foto: Inés Guimaraens
¿Se podría decir que sos hijo de E l Palacio de la Risa y Hora Clave? ¿Qué le pasaba a ese Martín de los 90 que miraba la televisión?
Sí, esa era la casa de mi abuela. Soy bastante hijo de eso. Cuando era chico pasaba algunos fines de semana en la casa de mi abuela paterna y me acuerdo que la programación era los viernes a la noche El Palacio de la Risa y el domingo a la noche Hora Clave, y eran momentos donde mi abuela estaba sentada mirando la tele. El Palacio de la Risa no me lo dejaban ver porque era un desparpajo moral para ella. Pero me dejaban espiarlo, yo lo miraba de atrás de la puerta fascinado, no podía creer lo que estaban haciendo ahí Gasalla, Urda [Alejandro Urdapilleta], Torto [Humberto Tortonese]. Ese griterío que se armaba con pelucas, pero también me daba cuenta de que había algo peligroso sucediendo. Y al mismo tiempo, Hora Clave era algo por ahí tan aburrido y con una estética tan estanca, pero mi abuela lo miraba con tanta atención. Tenía un o con el pensamiento sobre la política.
Hablando del vínculo entre la comedia y la política, ¿qué contextos políticos te resultan más fáciles o más dados para hacer humor?
Hace un tiempo hubiese dicho que los momentos en que los gobiernos son más constrictivos o restringen las libertades son los más fáciles. Si uno mira alrededor no sé si la están pasando tan fácil quienes quieren hacer humor con eso. El mejor momento o donde aparece la comedia es cuando todo está desordenado. Cuando hay desorden ahí aparece la comedia o el humor a representar el desquicio, porque tiene la necesidad de completar esa acción, esa falta. En este terreno donde todo está desarticulado, desordenado, aparece el humor a representar el desquicie.
¿Qué te sugiere el desorden de la actualidad?
Se vuelve más complejo en algún punto porque quien produce comedia también tiene convicciones, también tiene un sistema de valores, entonces cuando todo está desordenado vos también estás en jaque y tensionado. Ahí no sé si es algo fácil, el trabajo es doblemente complejo porque si no se cae mucho en repetir las convicciones que por ahí ya no hablan de esa misma manera en ese tiempo, que fueron propias de una temporalidad pero que después frente al desquicio no podés seguir diciendo lo mismo o representando lo mismo. Eso no quiere decir que sueltes tus principios, tus convicciones o lo que tenés para decir, sino que tenés que hacer un nuevo esfuerzo de pensar en este contexto tan cambiante que se cristaliza en la política. La búsqueda es ir a la raíz posible.
Parece que el arte siempre fue parte de tu vida, y por ahí está la convicción de que el arte por lo general surge de una incomodidad o de algo que hay que superar. ¿Qué fue lo que te llevó a la expresión artística?
Creo que detrás de todas las personas que hacemos esto hay un nenito llorando y gritando "¡basta, basta!". Creo que es una forma de combatir la angustia. Por ahí no es una angustia por algo traumático que te haya pasado, sino que tiene que ver con cómo vivís las cosas. Tendría siete u ocho años y los domingos a la noche me agarraban unos llantos que ni siquiera puedo asegurar que sean míos, sentía la angustia del continente entero ese domingo a la tarde-noche y la lloraba. En el colegio aprendí la herramienta de hacer humor y tener un lugar a partir del chiste. Después ya cuando agarraste esa herramienta, en la secundaria es peligrosísima. Era un infierno para mí, para el resto, para todos.
Empezaste en el teatro muy joven, a los 17 años. ¿Qué has aprendido en estos 20 años?
Y bueno, no es casual con quien empecé que es con Mosquito [José Fabio Sancineto], su generosidad fue muy constitutiva en mi armado, y hay algo de la capacidad de improvisar que me sostiene mucho. ¿Qué aprendí en estos 20 años? Aprendí mucho sobre la técnica, me fui formando, y puede parecer algo místico pero te diría que aprendí que hay algo que se va ordenando en el tiempo. Cuando empecé a estudiar Ciencias Políticas y estaba en el under con Mosquito me preguntaban qué quería elegir, yo no podía responder esa pregunta, no soportaba esa tensión y creo que tiene que ver con que no hay ninguna certeza o garantía en esto, es muy inestable. Entonces uno tiene que determinar cuál es el punto en el que más o menos querés desenvolverte y tratar de estar lo más cerca que se pueda de eso. Tenés laburos que se parecen más a lo que te gusta, otros que no, y todo eso coexiste en el territorio. Sí quitaría la fantasía de la vocación como una cosa que te alcanza para siempre. Eso no existe. Es un poco más amable algún trabajo si te gusta, pero no alcanza para siempre.
20250519 Entrevista Martín Rechimuzzi
Foto: Inés Guimaraens
De alguna manera te has movido siempre en los márgenes, y de un tiempo a esta parte también te hemos visto dar un pasito también hacia el mainstream. Hace un tiempo estás conduciendo Mi primo es así en Olga. ¿Cómo te sentís en ese paso? ¿Qué te da y qué te quita?
Eso lo estoy aprendiendo ahora. Por suerte tenemos un espacio en Mi primo es así donde podemos hacer las locuras medio que queramos. Obviamente hay condicionantes y limitaciones que existen en cualquier contexto donde uno labura, pero siento que llego a ese lugar por haber atravesado algunos desafíos que permiten sostener con alguna convicción "quiero hacer esto, de esta manera y con esta gente". La apuesta es a conservar algo de eso. No sostenemos la Teoría Crítica de todo, pero podemos hacer el divague y la locura que nos place.
¿Te sentís un poco más señalado por la corrección política en esos espacios?
No por la corrección política, porque en algún punto nunca me sitúo desde lo correcto ni de que tengo razón, no enuncio desde ahí. Yo enuncio desde todo lo otro: de lo que me sale mal, de que no quiero ser ejemplo de nada, no promuevo ninguna posta. No me constituyo como modelo o como influencer, no me pienso desde ahí. Pongo adelante todas mis incoherencias, mis incongruencias, mis maldades incluso, está todo en juego. El stream tiene algo y es que la gente está viendo todo. Por más que quieras no decir algo, se ve absolutamente todo. Entonces, también hay quienes están espiando, y a mí me causa mucha gracia. Por momentos cuando estamos haciendo el programa miro el chat, y empiezo a ver las cosas que dicen, me parecen graciosísimas y me empiezo a reír. Como estamos laburando alrededor del chiste, si alguien hace uno que está buenísimo, lo pongo adelante. Después hay gente que hatea o lo que fuera, pero parte del laburo es desatender eso y saber que existe pero no te gobierna.
Por lo que estuve viendo, todos los días reescribís la última parte de Alejandra: los desahogos. ¿Qué es lo que hoy quisieras sacarte del pecho?
La función de ayer fue muy potente, entonces todavía tengo un poco eso en el cuerpo. La obra termina pero después, cuando salgo, viene un aluvión de gente a la que una mínima contención ofrezco, un abrazo. Escuché muchos casos de gente con familiares que se habían suicidado. Hay algo que me rebotaba y me resonaba en este tiempo que se promueve tanto la búsqueda de cuál es el sentido del ser humano. Bueno, no es algo nuevo, recorre a toda la filosofía, pero me parece que en este contexto tan cambiante hay muchas personas que están cada vez quedando más fuera de los reordenamientos que se van haciendo. Y hay algo medio esperanzador en sostener, por lo menos desde la risa, algo. Me venía mucho eso: la potencia que tiene la risa para sostener algo de la vida. No lo quiero proponer como un espacio de “venga y cúrese” pero por lo menos hay locura puesta en danza.
Anoche imaginabas un más allá donde Mujica se encontraba con Gasalla. ¿Qué formas o qué espacios tienen estas figuras para vos?
Sí, es que una obra tiene que estar viva porque no habla de la misma manera en Buenos Aires, en Uruguay, en Rosario o en Córdoba. Va modificándose el contexto donde se conjuga y acá era imposible desatender que lo que estaba recorriendo era todavía ese encuentro, ese velorio colectivo. Entonces, de alguna manera necesitaba poner en escena esa penuria con la que vienen al teatro, con la que vienen a esta propuesta que tiene risas, que tiene llanto, que tiene locura, que tiene contradicciones, que tiene una tensión política. Los desahogos son tarjetas que voy armando y no están en digital, entonces son algo vivo. Hay una que últimamente estaba orientada a Gasalla, se me ordenaron juntas y entonces armé algo de un espacio de encuentro hacia dónde van todos. En ese sentido aparece la última frase de Esperando la carroza, que es la más olvidada, que es "a nuestros viejos queridos". En esta época donde todo parecería ser tan nuevo, tan descartable, en el querer a los viejos todavía hay algo de esa humanidad que queremos conservar. No a todos los viejos, porque hay unos viejos que son unos hijos de puta, pero a estos viejos que son los buenos viejos, esos nuestros viejos queridos.
¿Qué pasa cuando termina el aplauso y te volvés al camarín?
Yo termino la función y me quiero ir al instante, no permanezco en el camarín. En el último momento, que es el más afectado cuando sale la locura arrojada y empieza a amenazarla, en ese extremo por debajo hay un dolor. Entonces cuanto más pueda liberar esa angustia, más flojo me voy. Si no pude soltar todo en el escenario quedo medio turulo unos segundos. Me gusta encontrarme con la gente, salir con amigos después de la función, me gusta emborracharme después, lo necesito. Ese después lo necesito muchísimo. Va cambiando, pero por lo general me pasa que salgo re liberado y la gente queda toda tiesa. Y yo digo “ya está, ya pasó”. No pasó un carajo.