Dos retiradas de semejante envergadura, en especial la de Espinosa de los Monteros, que soñaba con un Ministerio si el Partido Popular lograba formar Gobierno con los votos de VOX, no son un asunto menor en estos días de incertidumbre donde el futuro de España, a corto y medio plazo, es todavía un enigma.
Espinosa de los Monteros argumentó que se iba por motivos personales y familiares, una verdad a medias, pero elegante para abandonar un barco que comenzó a zozobrar con la salida en 2022, de un portazo, de su antecesora como vocera en el Congreso, Macarena Olona.
La mujer que sacaba de quicio a la izquierda en la Cámara baja, vengativa con los suyos, embistió después contra las siglas de la formación. Esfuerzo o sueño de una noche de excesos, Olona provocó el efecto contrario al deseado y además, su autodestrucción política.
La última prueba de su desorientación ha sido la creación de un partido político, Caminando Juntos, que presentó en una casa de citas, club de alterne o puticlub. Que cada cual elija la expresión que más le guste.
Finalmente y pese a los temores iniciales, la retirada y ataques de Macarena Olona a VOX, apenas lograron arañar la piel curtida de los machos alfa que ordenan y mandan en el partido.
Pero Iván Espinosa de los Monteros, de 52 años, no es Olona ni el doctor Steegmann tiene parecido alguno con la abogada del Estado que parece haber extraviado el GPS dentro y fuera de su casa.
El primero es un economista de vuelo, un hombre de alta cuna que despacha en ingles con la misma soltura que en español y sobre todo, un rostro educado lejos de la imagen de exaltados furibundos con la que desde el PSOE y el resto de los partidos del arco parlamentario, salvo el PP y quizás alguna excepción, tratan de demonizar a VOX.
El doctor Steegmann, el otro palo por sorpresa en la rueda de un VOX que ahora rueda cuesta abajo, ha sacudido aún más al partido que ahora intenta desvincular su retirada de la de Espinosa de los Monteros.
Aseguran que estaba prevista con anterioridad, pero lo cierto es que el médico que se hizo fuerte al destapar las políticas aprovechadas y tramposas de Pedro Sánchez durante la pandemia de Covid, hizo el anuncio de forma calculada tras la del ex portavoz del Congreso y entre los dos le han dado un zarpazo al tigre rallado -en su doble acepción- de VOX.
En las filas de Abascal iten que las dos renuncias, de Espinosa de los Monteros y del doctor Steegmann, les han “hecho un roto importante”.
El momento no podía ser más inoportuno. En tres semanas, las transcurridas desde las elecciones, VOX ha pasado de tener 52 a 33 diputados.
El patinazo ha sido duro y la ausencia de autocrítica o reflexión resulta significativa en un partido hermético donde toca tapar rápidamente las fugas de personajes emblemáticos antes de que el barco haga aguas por más sitios.
Los integrantes de esta derecha sin tapujos, retrógrada en ocasiones, pero certera y clara en los asuntos de la unidad del Estado, son hoy los apestados políticos que, ironías de esta España nueva, provocan más resistencia entre sus colegas de otros partidos que los condenados por terrorismo que engordan siglas como las vascas de Bildu o los independentistas que no tiran la toalla y se aferran a las tijeras de la ilusión para recortar el mapa de España.
¿Estamos frente al principio del fin de VOX?
La pregunta recorre los rincones de una España en el apogeo de sus vacaciones de verano. La respuesta apunta a esa posibilidad, pero, al menos de momento, no parece inminente.
VOX sigue siendo la tercera fuerza política del Parlamento y gobierna con el PP en algunas comunidades autónomas.
En teoría debería estar en condiciones de remontar, pero el desencanto de sus votantes y las luchas intestinas no parece que se lo vayan a poner fácil. Las luces de alarma forzaron que Ignacio Garriga, secretario general del partido, saliera el viernes a calmar las aguas: “Estamos más fuertes que nunca… Hemos venido para quedarnos”, insistió en una entrevista en Radio Nacional.
Los analistas coinciden en que los halcones, como Garriga o el ex falangista Jorge Buxadé, se han impuestos a las palomas o a los que ahora llaman liberales, pero lo cierto es que todos compartían -y comparten- ideario fundacional.
Apartar o restar contenido a las funciones del “señorito Iván”, como se refieren a Espinosa de los Monteros con desdén sus adversarios y algunos columnistas de la prensa, más tarde o más temprano iba a tener consecuencias.
Las elecciones del 23 de julio y la posibilidad de llegar al Palacio de la Moncloa previo acuerdo con el PP de Núñez Feijóo dilataron su decisión.
Por su parte, el Partido Popular, tampoco está cómodo con estas turbulencias.
Su socio natural le reprocha la campaña electoral y le culpa de aumentar su demonización. Las declaraciones de Alberto Núñez Feijóo de que hablaría antes con el PSOE para armar gobierno que con VOX levantaron ampollas en la formación.
El líder del PP dijo en campaña lo mismo que su antecesor, Pablo Casado, durante el viaje que realizó a Montevideo y Buenos Aires en diciembre de 2021 y eso, no gustó nada entonces ni ahora.
¿Cómo sigue esta película de la derecha y las derechas en España? Los tiempos los van a marcar los acontecimientos inmediatos y la capacidad de reacción de Santiago Abascal que está obligado a mantener prietas las filas para que no se produzca una hemorragia de más dirigentes y VOX pase a formar parte de una anécdota de la historia reciente.
La mesa del Congreso se forma este jueves 17 de agosto y en septiembre comenzará la ronda de consultas del Rey para decidir qué candidato propone al Parlamento para su investidura presidencial.
El escenario no es fácil para nadie, pero tampoco para Felipe VI que tendrá que decidir si sigue con la tradición -no escrita- de abrirle la puerta al más votado que fue Alberto Núñez Feijóo (PP) o deja que lo intente el presidente en funciones, Pedro Sánchez (PSOE).
El primero no cuenta con una mayoría suficiente y el segundo, que celebró el escrutinio del 23 de julio, como si fuera el primero, sueña con construir una coalición con los mismos socios que le sostienen ahora, pero, muy a su pesar, necesita además a Junts, el partido de Carles Puigdemont, el prófugo de la justicia que quiere hacer de Cataluña una república independiente como declaró en 2018.
Las exigencias de Puigdemont, de momento, son desorbitadas.
En especial la de una amnistía que no existe en la Constitución y un referéndum de independencia que tampoco está presente en la Carta Magna.
Al prófugo de la justicia, que huyó dentro de un maletero para no ser detenido como sus socios de Esquerra Repúblicana, no le valen garantías de un indulto, sea cual sea su condena.
De persistir en esa actitud no es descartable que se repitan las elecciones y si esto sucede a VOX le sorprendería con el pie cambiado por no hablar directamente de escaso de ropa y sin escudos para dar otra batalla en las urnas donde ya salió mal parado. Otro dato les agobia: en cuatro años ha perdido más de 600.000 votos.
España tiene antecedentes de partidos efímeros recientes: Ciudadanos y Podemos.
De los primeros hoy apenas queda el nombre y su disolución parecería ser la crónica de una muerte anunciada.
Del equipo fundador que surgió del descontento expresado por los indignados en tiempos de Mariano Rajoy está fuera la totalidad de la cúpula que lo fundó, no ha podido presentarse con lista propia a las elecciones y Pablo Iglesias es ya, como Irene Montero, su mujer y todavía ministra de Igualdad, un personaje marginal.
VOX ha visto pasar el cadáver de algunos enemigos y resucitar al que acusan de ser el peor de todos: Pedro Sánchez.
El partido que tiene su sede en la calle Bambú de Madrid, se dobla más de lo imaginado y no es descabellado pensar que es cuestión de tiempo que se rompa.
Los descontentos aguardan el golpe de timón de Abascal, un capitán que intuye, con motivo, que todo puede ser peor.