Álvaro Brechner desciende a los infiernos de Memorias del calabozo
El cineasta uruguayo habla sobre su adaptación del libro de Rosencof y Huidobro, una realización que llegará a Uruguay el 20 de setiembre
Prefería evitar las entrevistas. Había demasiadas opiniones, cuestiones burocráticas y elementos ajenos al arte con los que prefería no meterse. Pero ahora Álvaro Brechner ya está más tranquilo. Puede, al menos, disfrutar de los meses previos que quedan antes del estreno de la película a la que le dedicó siete años. El rodaje de
La noche de 12 años, adaptación del libro
Memorias del calabozo de Mauricio Rosencof y
Eleuterio Fernández Huidobro que retrata los 13 años que fueron prisioneros del gobierno cívico-militar junto a José Mujica, parece haber sido desgastante para todos. Pero para Brechner fue, además, la oportunidad de indagar lo que sucede cuando la persona llega al límite físico y mental. Y fue, y no lo duda, su desafío cinematográfico más grande.
A un mes y medio de la llegada del filme a Uruguay –se estrena el 20 de setiembre–, Brechner habla sobre el durísimo rodaje, los encuentros con los protagonistas originales, los actores de primer nivel que tuvo a su disposición –el español Antonio de la Torre, los argentinos Chino Darín, Soledad Villamil y los uruguayos Alfonso Tort y César Troncoso– y los cambios que ha tenido su vida desde Mal día para pescar, su primera película. Pero habla, también, de sus dudas, de su corazón partido entre España y Uruguay y de cómo tuvo que lidiar con la oscuridad de esta historia en su vida personal. Y de cómo logró, como los protagonistas, volver a ver la luz.
¿Cómo fue su primer o con el libro de Memorias del calabozo?
No recuerdo cuando lo leí por primera vez, pero empezamos a trabajar y a desarrollar este proyecto a finales de 2011. Yo, de hecho, estaba por comenzar el rodaje de Mr. Kaplan (su segunda película). Memorias del calabozo me resulta un libro cautivante por su historia, y gran parte del desafío era poder inspirarse en todo el anecdotario y en lo que había sido esa experiencia de aislamiento. Para eso fueron fundamentales los encuentros que tuvimos, las entrevistas y reuniones largas, y la profundización que hicimos con Rosencof, Huidobro y Mujica.
¿Cómo eran esas reuniones?
En realidad, nunca se habló de la película en sí. Como director y guionista lo que traté de hacer es ponerme en la situación de los personajes y absorber como esponja lo que me contaron. Sobre todo porque yo no puedo evitar contar la historia por fuera de mi perspectiva. Por eso había que tratar de absorber, investigar y hacer todo lo más interesante y atractivo posible, siempre en función de las cosas que me interesan. En ese sentido, dentro de Memorias del calabozo hay 18 películas, y dentro de la historia uruguaya de esa época hay para muchas más. Yo puntualmente quise mostrar cómo un hombre al que le han quitado todo se reinventa dentro de límites inimaginables. No es una película carcelaria, nunca quise llevarlo a eso. No hay fuga ni socialización. Es la historia de tres tipos intentando mantenerse vivos, de mantenerse mentalmente como seres humanos, de no transformarse en animales. Nos reunimos no solo con ellos, sino con otros políticos presos, con militares, con historiadores, sociólogos, psicólogos y gente que estudió el aislamiento, que es algo que todavía se practica en determinados países. Hay un montón de estudios que hablan de la tortura que significa para un hombre el solo hecho de aislarlo de cualquier estimulo externo. Cuando uno no tiene a una narrativa, a ver el sol, no se puede poner horarios. El ayer se confunde con el hoy, y esto se confunde con el sueño. Y llega un momento en el que el individuo se empieza a sentir tan perdido ante la falta de estímulos que su cerebro lo empieza a traicionar. Me fascinó cómo las personas, en ese viaje a las tinieblas, luchan por mantenerse cuerdas.
En otras entrevistas ha mencionado que suele dudar mucho ¿Qué sucedió en este caso?
Las dudas surgen cuando uno no termina de encontrar un punto al que aferrarse. Sin embargo, cuando vi que había algo tan fuerte e interesante, que de entrada era un desafío, me atrajo particularmente. Pero el
cine es siempre una especie de salto al vacío. Eso es lo que, en parte, mantiene la adrenalina y las ganas de investigar y buscar, porque nunca estás seguro de lo que te vas a encontrar. Lo vas desarrollando y de golpe algo aparece y a partir de ahí lo tenés clarísimo. La clave de este proyecto fue encontrar el punto de vista que quería mostrar, que tiene que ver con esa lucha existencial. Y era un desafío inmenso reflejar eso, ya que esta es una producción donde lo que más prima es el silencio. Pero una vez que terminé de encontrar lo que quería filmar, todo se aclaró.
Llevar el trabajo a la vida personal suele ser un problema. ¿Cómo hizo para lidiar mentalmente con esta historia, que es muy dura, cuando volvía a su casa en la noche? ¿La seguía rumiando o lograba despegarse de ella?
Hay dos temas con eso. Uno es la responsabilidad. Yo me siento muy honrado de poder haber tenido esta experiencia, porque es como que de golpe me encontré con situaciones límites que, dejando los elementos políticos de lado y enfocándose en lo humano, eran de verdad extremas. En ese marco, uno se tiene que lanzar a un oscuro descenso al infierno. Y la verdad es que te vas contagiando. La escritura fue un proceso súper desafiante, yo no podía más. Escribir esto y releerlo era muy atractivo en el papel, pero se pagaba con sudor y con la propia psique. Editar la película también fue muy complicado, porque el rodaje fue duro, pero sobre todo para los actores. Ellos, entre otras cosas, tuvieron que adelgazar quince kilos y sufrir rodajes en
España con temperaturas bajo cero. Estaban delgadísimos y extremadamente débiles. Pero para mí la edición fue todo un mundo, porque trabajamos demasiado tiempo relacionándonos con esas situaciones extremas a las que el ser humano puede llegar. A lo que podemos ser expuestos, para bien o para mal. Y para lo malo podemos ser increíblemente violentos y perversos. Ojo, en la película hay varios momentos que, en el centro de ese infierno, aparece la esperanza.

Las características de la película vaticinan alguna que otra nominación a premios internacionales ¿Espera que eso suceda?
Ningún premio se rechaza (risas). Pero no puedo estarlos esperando. Para mí el cine es un viaje, no es un turismo. Vivís las historias, no las vas a ver. Y los vaivenes emocionales son tan grandes. Obviamente, uno es humano y una vez que estás en la competencia querés ganar, pero te equivocás si pensás que eso es el objetivo. La belleza está en ser consecuente y fiel a lo que uno cree y hace, y después desear que pase lo mejor. Creo que solo las historias que cuentan la condición humana son las que merecen la pena contarse. Y eso para mí es la satisfacción. Si viene algo más, maravilloso. Si no, no pasa nada. No hay que exponerse a esa cuestión de derrota deportiva. El cine no tiene nada que ver con eso.