Comienza un nuevo Cónclave para elegir al sucesor de San Pedro y se habla mucho de candidatos y pocos de los riesgos que el próximo Papa deberá encarar.
La expansión de China, una gran potencia que persigue con ferocidad a nuestros Hermanos en Cristo y a cualquier otro colectivo que pretenda sostener un pensamiento distinto al de la dictadura.
El terrorismo islámico que considera herejes y/o apóstatas desde cristianos a judíos y aun los que siguen al Corán, pero se niegan a aceptar una visión fanática y violenta como la que emana de la teocracia iraní.
La invasión de Rusia a Ucrania (con el visto bueno de Beijing) con casi 7 millones de exiliados, en su mayoría mujeres, ancianos y niños.
Las tropas rusas hace más de tres años que torturan, violan y matan al pueblo ucraniano, en la mayor violación masiva de los derechos humanos del siglo XXI.
Luego de la caída de la Unión Soviética muchos festejaron "el fin de la historia". Pero hoy estamos sumergidos en una nueva Guerra Fría entre dos superpotencias.
Mientras estos dramas se desarrollan, el occidente cristiano ha ido perdiendo esencias, ante una destrucción de principios morales inesperadamente tolerado y a veces auspiciado, por quienes tienen la obligación de dar testimonio de lo contrario.
Las grandes religiones monoteístas tienen la obligación de motorizar las coincidencias y arrancar de raíz, tanto a los violentos como a los que, por debilidad o corrupción, convalidan algunas monstruosidades de la llamada cultura "woke".
Por eso, este Cónclave no debe solamente elegir un Papa, sino también fijar un camino que está escrito en las Encíclicas del papa Francisco, tan poco leídas como ejecutadas.
Que el Espíritu Santo ilumine a los Cardenales electores.