30 de mayo 2025 - 14:15hs

Un día antes de la primera audiencia la jueza Julieta Makintach se hacía abrir los tribunales de San Isidro para recorrerlos como si se tratara de una pasarela. Seguida por un camarógrafo que registraba su sobreactuada caminata, ella, su torpeza, su minifalda e infinito ego, la jueza divina puso en riesgo cualquier posibilidad de un juicio transparente, justo.

Ese domingo 9 de marzo ella empezó un documental que terminó con su carrera en el momento en que los otros dos jueces del tribunal anunciaron que el juicio se declaraba nulo. Y que ella era la única responsable.

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Breve. Si la jueza acepta ser parte de una miniserie de seis capítulos cuyo guion establece que a Maradona lo mataron, los imputados que enfrentan una pena privativa de la libertad tienen derecho a sospechar de parcialidad por parte de la magistrada devenida en actriz. Una obviedad.

El problema en este caso fue Julieta Makintach. Y la cantidad de Julietas que florecieron en Tribunales a lo largo de los años al amparo del calor del poder y la desidia. Una combinación fatal.

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Esta Julieta, como tantas, es producto de un acuerdo político. En ese momento la gestión del PRO en la Provincia, en alianza con el massismo y favores del possismo de San Isidro. Nada nuevo. Todos pusieron un poco para que llegara a convertirse en jueza. Para ser lo justos que ella no fue, contaba con los méritos mínimos necesarios. Veinte años de carrera judicial, un pie en la academia, un look sanisidrense más que aceptable y un apellido que hoy se ve manchado como el de su padre, el prestigioso juez penal Juan Makintach.

Julieta era una más de la familia judicial y nadie se opuso a su nombramiento. Era una de “nosotros”. Era “del sistema”. Sobre todo, en un Tribunal Oral. Instancia a donde llegan los casos “desahuciados”. En la jerga político judicial, aquellos que no se pudieron parar antes en primera instancia o en la Cámara: esos son los espacios que el poder político se disputa. No los Tribunales Orales. Y Julieta fue jueza.

Casi como un devenir natural del destino. Como se dice del ladrillo en la carrera de Derecho, si lo dejás ahí veinte años en algún momento va a alzarse con el título.

Julieta, una mujer del sistema, con carrera en la Justicia, os, algo de lustre que le daba las aulas de la Universidad Austral donde daba clases, bonita. Sin esfuerzo y sin escándalo en algún momento se convertiría en magistrada.

La jueza que quiso ser famosa y lo logró por las razones equivocadas ya sabía de que se trataba el escándalo mediático, aunque entonces el escándalo no la había sacudido a ella sino al juez con quien trabajaba. Makintach fue secretaria del juez de Garantías de San Isidro Rafael Sal-Lari. Acusado por asociaciones de víctimas y por el entonces intendente Gustavo Posse, Sal-Lari enfrentó un jury en 2011 por la controvertida liberación de un detenido (entre otras) y tras ser suspendido un año sin goce de sueldo no se le inició juicio político y fue restituido en su cargo. Tecnicismos. Luego se fue a la profesión y en algún momento se sumó a las filas de la defensa del empresario Lázaro Báez. Cosas de la vida.

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Julieta es conocida también por su capacidad de lobby o rosca o en términos más elegantes, insistencia a la hora de obtener lo que quiere. A fuerza de chapear con apellidos amigos que ocupan altos cargos o de esgrimir su condición de mujer con argumentos de un feminismo funcional en el que cree solo si le resulta favorable.

Siempre esgrimiendo nombres poderosos, conociendo de memoria los pasillos de tribunales y a los codazos, Julieta supo llegar. Y así pasó de su cargo de jueza en el Tribunal Oral dos al Tribunal Oral tres que tenía que sustanciar el juicio por el homicidio de Diego Armando Maradona. Y de ahí, de integrarlo a presidirlo.

Hoy se sospecha que esa insistencia tenía un objetivo claro: ser ella quien al final de las audiencias leyera los alegatos y pasara a la historia en el documental que la agencia Ladoble pensaba comercializar con una importante plataforma.

Ella sugirió planos, sobreactuó interrogatorios, facilitó instalaciones, hizo entrar camarógrafos a las audiencias dando expresas órdenes que se trataba de “mi gente”.

Soñaba con las palabras con las que iba a cerrar su alegato. Y con qué outfit iba a acompañar su alocución. Era la jueza divina. El mundo la iba a ver impartiendo justicia y no quería decepcionar.

Julieta soñaba en las imágenes de la primera audiencia, los alegatos, la sentencia. Nada de lo que necesitara derechos ni autorizaciones. Lo tenía todo pensado.

Pero algo falló. Son muchas las preguntas que aún no tienen respuesta respecto de cómo se filtró su plan. Y a quiénes beneficiaría que el juicio se declare nulo tal como sucedió. ¿Quiénes se beneficiaban con la muerte de Maradona? ¿Un juicio civil millonario quedaría en la nada sin el impulso de la condena penal?

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La jueza Julieta es terca. Le dieron en varias oportunidades la posibilidad de evitar el papelón. Le advirtieron de las imágenes que circulaban. Le dijeron que presente un escrito “sarasa y violencia moral y más sarasa, sé que no puedo seguir en este cargo aun no habiendo realizado ningún acto en contra de la ley y sarasa mi buen nombre y honor”. Pero ella insistió. Le gustó verse, le gustó demasiado verse en pantalla. Quería más. No podía parar.

Aun cuando fue confrontada, dijo en la audiencia que ella no sabía que se trataba de un documental. Que era ajena a cualquier documental. Y ahí sin anestesia la enfrentaron a ella misma mirando cámara y contando: “Cuando me convocaron para hacer este documental…”.

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