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4 de junio 2025 - 14:24hs

La diversidad constituye uno de los puntos más neurálgicos y delicados en las discusiones actuales sobre los procesos de transformación de la educación. Resulta frecuente constatar posiciones acentuadamente distintas y en buena medida presentadas como irreconciliables en torno a la noción de la diversidad y sus implicancias. Por un lado, entre quienes bregan por la diversidad en su máxima amplitud, celosamente defensora de la misma y sin establecer vasos comunicantes hacia el conjunto de la sociedad; y, por otro lado, quienes buscan negar o eliminar la diversidad de los fines, contenidos y estrategias educativas asumiendo que la misma atenta contra valores y espacios comunes en la sociedad. Ambos planteamientos, llevados in extremis a posicionamientos antagónicos, pueden conducir a cancelar, negar y prohibir las expresiones de todo aquello que es distinto a lo que se preconiza. De una forma u otra, se minan los puentes de construcción de lo común y lo distinto como mutuamente vinculantes.

Partimos de la idea que la diversidad es un activo de la sociedad y de la educación que contribuye al entendimiento y a la construcción colectiva entre diferentes, y bajo el apego a referencias compartidas y vinculantes. No es un vale todo e impongo lo que se entiende que es el camino “correcto” o “justo” desde visiones ortodoxas y prescriptivas. Esto supondría eliminar los matices, las ambigüedades o el sabio justo medio aristotélico, o como arguye la escritora argentina, Ariana Harwicz, en su provocador ensayo “El ruido de una época” (2024), “esta época lee mal porque lee desde la identidad”.

Desde otra perspectiva, el filósofo, ensayista y catedrático de filosofía de la Universitat de Barcelona, Josep María Esquirol, argumenta que” cuando las diferencias desaparecen y crece la homogeneidad, surge a la vez el totalitarismo, es decir, el todo igual” (diario El País, Madrid, 2024). La imposición de la homogeneidad podría darse o bien por invisibilizar a los que se categorizan como diferentes y negar las diferencias, o bien por transformar ciertas diversidades en hegemónicas y sin margen para el disenso.

Nos parece necesario avanzar en una visión multidimensional de la diversidad sustentado en la búsqueda de un justo y evolvente equilibrio entre la apropiación y el apego a valores y referencias universales por la sociedad en su conjunto, con la apreciación y el resguardo de los particularismos. Planteamos siete dimensiones complementarias en torno a un entendimiento comprehensivo de la diversidad.

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En primer lugar, la dimensión ética-filosófica alude a que la singularidad de cada persona forma parte del derecho humano a expresarse libremente, en conformidad a los pareceres de cada uno y respetuoso de otras opiniones, y que específicamente vinculado a la educación, es inherente al derecho a la educación y a los aprendizajes. Como señala la UNESCO haciendo referencia a una concepción amplia de la educación inclusiva (UNESCO, 2017), cada persona es un ser especial. O como asevera Esquirol “cada ser humano es una hondura insondable”. O, en definitiva, como arguye el pensador universal francés, Edgar Morin, se trata de la búsqueda de respuestas personalizadas, humanizadoras y respetuosas de cada persona apreciado como un ser único e indivisible (Morin, 2020). La primera, pues, de todas las diversidades es la individual, apreciada y apuntalada en alumnos y educadores, como una base insoslayable para enseñar y aprender juntos y apreciando las diferencias.

En segundo lugar, la dimensión ciudadana refiere a la comprensión e integración de diversidad de credos, afiliaciones y tradiciones en el marco de una formación ciudadana comprehensiva, plural e inclusiva. Esto implicaría integrar la educación cívica, tradicionalmente enfocada en los asuntos de la política y la democracia, así como en el ejercicio de los derechos y las responsabilidades como ciudadano, con la educación civil, de más reciente desarrollo, centrada en los temas candentes de la sociedad, en aspectos de convivencia y en aprender a vivir con otros. La pluralidad se fortalece a través de los diálogos entre diversidad de perspectivas, y sobre espacios comunes de respeto, convivencia y solidaridad.

En tercer lugar, la dimensión creativa, desde un enfoque incluyente de diversidad de enfoques, expresiones y formatos, libre de barreras y umbrales, es clave en estimular en educadores y alumnos sus capacidades y en generar oportunidades para que conjuntamente imaginen, ideen e innoven en los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Asimismo, la movilización de la creatividad, sobre la base de la empatía, la colaboración y el aprendizaje entre pares, puede tener un sentido de compromiso comunitario al explorar respuestas frente a desafíos atinentes a cada contexto, y de poder valorizar y aplicar conocimientos nativos o locales.

Por otra parte, el apuntalamiento de la creatividad puede contribuir a que se alcancen mayores grados de progreso y bienestar, y se fortalezca la excelencia de los recursos humanos como insignia de una sociedad y de mejora en la competitividad del país.

En cuarto lugar, la dimensión sistémica pone el foco en la organización y al funcionamiento de los sistemas educativos de manera de lograr que cada alumna y cada alumno tengan oportunidades efectivas de educarse y de aprender atendiendo a su singularidad. La diversidad sistémica alude a la integración y sinergias entre los diversas capas y los estamentos del sistema educativo, congeniando modalidades de colaboración entre enfoques de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba, entre espacios formales, no formales e informales de aprendizaje, y asentado en la complementarias entre la presencialidad y virtualidad.

Se visualiza al centro educativo como el articulador de respuestas frente a las múltiples expresiones de la diversidad que derivan de una educación de puertas vaivenes con la sociedad. En efecto, es el centro educativo empoderado y apoyado que asume la responsabilidad de entender, apuntalar y gestionar la diversidad como fuente de más y mejores aprendizajes bajo el precepto que la totalidad de las y los alumnos preocupan y ocupan por igual teniendo en cuenta sus contextos y circunstancias de vida, sus motivaciones y capacidades.

En quinto lugar, la dimensión programática alude a la diversidad de contenidos y de experiencia de aprendizaje que busca conectar con las motivaciones e intereses de los alumnos, promover su libertad de elección y fortalecer su protagonismo y responsabilidad por sus procesos y resultados de los aprendizajes. La diversidad de contenidos tiene esencialmente que ver con apuntalar el bienestar y desarrollo integral del alumno, así como facilitarle la posibilidad de conectar piezas de conocimientos de múltiples maneras y acordes a sus intereses. Asimismo, la diversidad programática coadyuva al logro de objetivos y metas universales de formación en la medida en que amplía el repertorio de temas, enfoques y estrategias para su abordaje y consecución.

En sexto lugar, la dimensión social comunitaria refiere a la diversidad de estrategias de política social educativa orientadas a sostener las oportunidades de aprendizaje de las personas y los grupos de población más vulnerables. Contrariamente a prescribir modelos y a seguir una lógica de “adaptación” del alumno a lo que se ofrece, se trata de entender cómo la diversidad de estrategias, impulsadas desde el sistema educativo, capta el amplio espectro de motivaciones, expectativas y necesidades de niñas, niños, adolescentes y jóvenes, y los posiciona como protagonistas de sus aprendizajes. No se les da todo “servido” sino se les involucra en apropiarse y hacerse responsable de ruteros que conecten con sus motivaciones y vivencias.

En séptimo lugar, la dimensión pedagógica versa sobre la diversidad de estrategias que enlazan el para qué y el qué educar con el cómo hacerlo, de manera de encontrar las combinaciones más efectivas y basadas en evidencias, de personalizar la educación y los aprendizajes. La diversidad pedagógica implicaría asumir la hibridez de enfoque para llegar a identificar e impactar en las necesidades específicas de aprendizaje de cada alumno y cada alumna. No es cuestión de elegir entre enfoques más o menos instruccionales, o más o menos constructivas, o más o menos asentados en metodologías activas de enseñanza, sino de saber encontrar la combinación más conveniente en atención al perfil de cada uno de ellos o ellas. Las disputas entre enfoques, enclaustrados en sí mismos tienen el riesgo de considerar a las y los alumnos como “variable de ajuste” de las propuestas preconizadas.

En síntesis, la diversidad puede cumplir un rol clave de sustento de imaginarios de sociedad y educativos orientados por valores de inclusividad, bienestar y convivencia. Un enfoque amplio de la diversidad, de reafirmación de un universalismo incluyente y componedor, podría comprender las dimensiones conceptualizadas como ético-filosófica, ciudadana, creativa, sistémica, programática, social comunitaria y pedagógica. Este conjunto de dimensiones converge en jerarquizar a la persona, su libertad de pensamiento y de accionar, y su capacidad de apropiarse de sus aprendizajes apuntalado por un sistema educativo que se mueve en tal dirección.

*Renato Opertti es asesor en proyectos internacionales del Instituto de Educación de la Universidad ORT Uruguay

Temas:

Educación Inclusión y diversidad

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